viernes, 20 de diciembre de 2013

Detalles en el tiempo...


Aún no sabía porqué lo había hecho, pero no le había gustado que le hubiera despertado así de buenas a primeras. Acababa de romperse toda su tranquilidad. Así, sin aviso previo. Sin nada que en los días previos le hubiese indicado que estaba próximo un nuevo trabajo. Además en los últimos tiempos tan solo le había llamado en un puñado de contadas ocasiones y para trabajos casi rutinarios, de esos que no dejan apenas huella en quienes lo reciben y caen pronto en el olvido.
A decir verdad, se sentía algo molesto con todo aquel tiempo dejado en el olvido. ¿Acaso no recordaría él tantas y tantas veces en que al entregarle el fruto de su trabajo había conseguido elevarle el pulso casi al infinito? ¿Y los miedos y nervios que juntos habían pasado a veces en los momentos previos? ¿Y el regusto siempre bello de las cosas bien hechas? Había hecho trabajos inolvidables. ¿Es que acaso él ya no se acordaba de ellos?
Sin embargo, hoy parecía todo distinto. Notó que él estaba impaciente. Jamás lo había notado tan excitado y enseguida comprendió que estaba llamado a formar parte de algo extraordinario, único, irrepetible. Y por ello, cuando sintió que él inclinaba la cara subió rápidamente desde el corazón a su boca para, abrazándose con mimo a los labios de ella, ser el más inolvidable y tierno beso que habría de quedar grabado en sus memorias. Y cuando ellos se separaron, sonrió de felicidad por el trabajo bien hecho. Y esa felicidad quedó reflejada en la sonrisa cómplice de aquella pareja que, en silencio, habían detenido el tiempo....en un beso.

Icarina

viernes, 18 de octubre de 2013

A solas con ella....


   Hacía tiempo, tal vez demasiado tiempo, que no me encontraba así con ella. A solas...y en silencio. Un silencio que no necesitaba ser roto con las palabras. Éstas vendrían después a buen seguro, sin llamarlas. He querido disimular la sonrisa con que, de a pocos, se iban llenando mis labios. Ha sido imposible, ella la ha descubierto. Lo sabe todo de mí. Han sido muchos los instantes vividos en intensa compañía.

   He puesto música, he cerrado los visillos atenuando levemente la luz regalada por el sol y he detenido el tiempo. Y.... me he dejado hacer. La he notado ágil, ferviente, joven; pero sobre todo entregada a mí. Como en aquellas primeras veces en que, tímidamente, me acerqué a ella, hace ahora mucho tiempo.

   Y la he ido desnudando lentamente y ella me ha ido mostrando lo mejor que tenía. Y la he hecho mía y ella se ha dejado modelar por el ímpetu de mis manos. Y yo me he rendido a su magia y ella ha hecho infinita de nuevo mi pasión. Y hemos sido uno, sólo uno.

   Y así, poco a poco, ella, mi imaginación, ha ido orquestando en mi mente los compases de un íntimo tiempo ajeno al resto del mundo, dando vida a una historia nueva; una historia por escribir jamás vivida. Y así también, sin necesidad de llamarlas han vuelto a mí mis letras y con ellas..... las palabras.
                                                                                                         
      Icarina 

jueves, 22 de agosto de 2013

Mentiras......


   El silencio era insoportable. Aquel lugar parecía el vacío, la nada. Tan solo a ratos ese silencio era roto por un grito desgarrador que poco a poco se iba ahogando en su propio llanto, hasta quedar convertido en un casi inaudible gemido. Miré a mi compañera y vi en sus ojos la angustia con que se visten las primeras veces. Le dije que fuera tras de mí, a unos cinco o seis pasos de distancia. No me obedeció; y yo podía sentir en mi nuca su respiración entrecortada. No se lo recriminé. A la mierda el protocolo; ese invento de quien, sentado plácidamente en su sillón de piel, inventa las realidades a su gusto para dar a menudo órdenes totalmente irreales.

   Avanzamos orientándonos por los escasos sonidos que a veces se dejaban oír y que, en diversas ocasiones, confundíamos con los latidos de nuestro propio corazón; crecientes y arrítmicos.

   -¿Tú tienes miedo? –escuché tras de mí.
   -¿Miedo? No, nunca. ¿Por qué habría de tenerlo? –mentí con tanta convicción que hasta yo creí lo que acababa de decir.
   -A mí me gustaría no tenerlo –replicó ella-. Cada día me prometo que voy a hacer lo posible y lo imposible, pero cuando llega la hora de la verdad vuelvo a temblar como una niña indefensa.
   -No sufras –volví a mentir-. El tiempo sabe tocar los hilos de nuestro cuerpo para ir haciéndonos más seguros.

   Un nuevo grito nos situó frente a una puerta metálica llena de óxido por todos sus rincones. No me hizo falta mirar hacia atrás para saber que no estábamos solos. Hay detalles que en poco tiempo aprendes a adivinar. Empujé la puerta con decisión y entramos tratando de hacernos dueños de una situación que no conocíamos. El ambiente irrespirable de aquella habitación se unía a la escasa luz que aportaba una inerte bombilla de muy baja potencia. En un lateral pudimos ver a una niña de corta edad, semidesnuda y aterrada. Detrás suyo y oprimiéndole el cuello con un cuchillo, se quería esconder un hombre de aspecto enloquecido. No hacía falta que explicaran que eran padre e hija. Eran dos gotas de agua, nacida la una de la otra. Esas copias exactas que sólo la naturaleza sabe hacer.

   -Suelta ese cuchillo y deja que la niña venga hacia aquí. Todo ha acabado ya –nuevamente estaba mientido y lo hacía con la misma convicción que antes. Pero esta vez, ¿quién se creía mis palabras? Aquello posiblemente no había hecho más que comenzar.

   La frialdad que había en la mirada de aquel hombre era para mí razón suficiente para mantener mi arma apuntando firmemente a su entrecejo. No sé cuánto tiempo trascurrió; seguro que no fueron más de dos o tres minutos, pero en mi interior habían pasado mil años. Se adueñaron de mi pensamiento otras imágenes que van quedando suspendidas esperando una respuesta que nunca habrá de llegar. Apartó su mirada y dejó caer el cuchillo al suelo. Aquellos que yo había sentido sin haberlos visto cayeron sobre él rápidamente. La niña corrió tambaleante y se abrazó a la cintura de mi compañera. Miré a ambas. En los ojos de ésta descubrí el callado color del miedo y en los de aquella, en su corta edad, el inolvidable sabor del terror.

   Camino de casa invité a mi compañera a un café.

   -No, gracias. Jamás me perdonaré si mancho el instante de un café con estos sentimientos que ahora me inundan –rehusó ella-. Tal vez, mañana.
   -Sí, tal vez mejor mañana -y esta vez ya no mentí.

Icarina

jueves, 8 de agosto de 2013

Cosas de niños.....

   Esta mañana al iniciar una ruta por los Pirineos subía también una niña gallega de 6 años con sus padres. En uno de los tramos algo más complicadillo por la cantidad de piedrecillas resbaladizas y el desnivel, la niña ha buscado un pequeño atajo y ha subido con más tranquilidad. Instantes después cuando he llegado hasta ella me ha dicho: "¿Has visto lo lista que soy?"

   Yo le he respondido: "Se te ve en los ojos que eres muy lista. Además seguro que a las meigas les gusta ayudarte para que te diviertas mucho."

   Y ella, con cara de perdonarme la vida, ha soltado: "Otrooooooo que no sé de donde ha salido. Anda mamá explícale que las meigas no existen, que somos las gallegas que nos gusta ponernos aún más guapas de noche para que los hombres puedan ver de cerca las estrellas. ¡¡¡Tan grande y aún creyendo en cuentos!!!"

   Cuando he conseguido parar de reírme le he dicho que cuanto mayor es uno, más bonito es creer en los cuentos. Se ha quedado callada y al rato me ha dicho: "Hablas igual que Iker, mi novio de este curso pasado. Es muy listo y guapo, pero lo he dejado. Yo ya he madurado y él todavía anda algo pavo."

   No sé si realmente existen las meigas, pero hoy he vuelto a redescubrir la magia que esconde la niñez. 
Icarina

martes, 21 de mayo de 2013

La magia de la...ilusión.


   Se sentó en un banco y abrió su maleta. En aquel viejo utensilio de cartón, destartalado ya de tantos viajes, no guardaba nada que realmente tuviera valor. Sin embargo, poco a poco fue sacando lo que allí había, dejándolo ordenadamente a su lado en el banco. Y lo hizo con la delicadeza de quien tiene aún la manos suaves. En primer lugar, un viejo y roto reloj que agitó con vehemencia como si con ello fuera a conseguir que volviera al monótono tic-tac que en otros tiempo tenía. Después, un cuaderno con las cubiertas envueltas en papel de periódico; ese detalle lo aprendió de su padre para que así -decía él con su voz ronca- durasen toda la vida. Lo hojeó. Había mil cosas escritas en él. Cosas que ella sabía y aun así se entretuvo en algunos de los renglones, riendo a carcajada limpia de las ocurrencias plasmadas en forma de letras.

   En cuanto recuperó la formalidad, prosiguió con su tarea. A continuación vinieron un buen puñado de pétalos de flores de todos los colores. Era cierto que ya estaban marchitos. E incluso habían perdido su olor. Pero aún así, ella juntó ambas manos y las acercó hasta su nariz. Cerró los ojos e imaginó la fragancia de cada una de ellas y de todas a la vez. "Esto podía ser el arco iris de los olores. ¿Cómo no se le habría ocurrido antes a nadie aquella idea?" se dijo en voz baja. Pero sin duda a lo que más cariño de todo le tenía era a la pequeña botella transparente que a continuación debía sacar. Estaba llena a rebosar de unas saladas gotas cristalinas. Sí, eran lágrimas. Y las había de tristeza, de rabia, de felicidad. Y también alguna que otra de esas que brotan cuando ríes tanto que el cuerpo necesita desahogarse de alguna manera para poder dejar hueco a nuevas risas.

   Y por último, en el rincón más olvidado de aquella maleta, ya solo quedaba un gastado lápiz de madera. El de escribir las historias importantes. El de acariciar el blanco papel con trazos imborrables. El que inventaba las palabras oportunas, aunque a veces se dijeran a destiempo o llegaran antes de terminar de escribirse. Ese era el que buscaba cuando se sentó. Lo necesitaba, pues aquellos suspiros que había escuchado en aquel cuerpo que habitaba, la habían puesto en guardia. Estaba segura que el corazón de su dueño de nuevo se había despertado y ella, a la que todos llamaban ilusión, le correspondía hacer que siguiera latiendo. Y así, al juntar los pétalos con las lágrimas tendría mil colores donde impregnar el lápiz con el que volvería a escribir una historia de amor entre las hojas del cuaderno de tapas de periódico, mientras el viejo y caduco reloj vehementemente quisiera seguir marcando el tiempo de unos nuevos latidos de amor.

domingo, 28 de abril de 2013

Un paseo entre recuerdos.....


   Ayer volví al ayer. Sí, a ese ayer que, como todos y cada uno de nosotros, fui fabricando en otro tiempo para convertirlo no solo en mi tiempo y sino también en mi vida. Un conjunto de instantes que compusieron mi niñez y mi adolescencia en medio de mil risas y otras tantas tristezas, de intensas ilusiones y alguna que otra decepción.

   Y es que aquel tiempo era un reloj que caminaba invisible sobre nuestras vidas, sin que el ajetreado paseo de sus manecillas hiciesen mella sobre nuestros pensamientos al verlo marcharse. Y los días nos parecían infinitos, tanto como nuestros sueños. Y los malos momentos los desechábamos rápidamente de nuestro lado al encontrarnos de nuevo con los amigos. Amigos.....qué hermosa palabra y qué pocas veces reparábamos en cuánto encerraba dentro. Ellos estaban siempre ahí......, eternamente, como los días.

   Y yo ayer volví allí. En un viaje inesperado e improvisado a ese recóndito lugar que me vio crecer. Pero esta vez no se trataba del lugar; allí voy con cierta frecuencia. Esta vez era el reencuentro con unas palabras, con unas vivencias y, sobre todo, con una persona. El redescubrir, frente a un café que nos cobijaba de un frío que estaba deshaciendo la primavera, aquello que cuentan otros ojos antes incluso de que pueda ser dicho. Y es que las miradas, todas, incluídas aquellas que puedan estar ya curtidas en la batalla de los años, no saben callar, ni entienden de mentir.

   Y caminé de nuevo por aquellos pasos que poco a poco hoy se van evaporando, y reescribí anécdotas, y supe de cosas que en su momento no alcancé a ver, y hablé del ayer con palabras de hoy, y escuché el hoy con palabras del ayer.

   Y es que ayer......ayer volví por unos instantes a ese ayer de mis recuerdos. Unos recuerdos que por un día decidieron no marcharse de mi memoria, sino que quisieron volver a mí..... para jugar alegremente en ella.

viernes, 19 de abril de 2013

Por quién mueren las palabras......

   Y una mañana despierta y trae consigo ese día que es igual para todos y, a la vez, distinto para cada uno de nosotros. Y yo comienzo a darle forma con esa cadencia silenciosa y mimética con que las personas solemos escribir nuestra vida; pero el día ya me avisa de que va a ser distinto; aunque yo aún no lo sepa, aunque yo aún no lo sienta.

   Y como si de un guión ya escrito se tratase, comienzan a fluir en mí las palabras y los silencios, los ratos de compañía y los tiempos de soledad. Y ambos, las palabras y los silencios, las compañías y las soledades, van dando significado a cada minuto vivido. Y éstos..... a las horas. Y las horas........ a un día que sabe a la monotonía de los días iguales. Pero el día, a mis espaldas, ya va adornando sus tiempos con la mejor de sus galas; aunque yo aún no lo sepa, aunque yo aún no lo sienta.

   Y en medio de la vorágine siempre despierta de la realidad, salen a pasear también mis sueños, esos que se me escapan colándose entre alguna sonrisa, viajando en alguna lágrima o, como suelen hacer casi siempre, hablándole a mi imaginación en medio de las palabras calladas de un pensamiento. Y yo les escucho y sonrío con ellos cada vez que me arrancan de los labios un tal vez,....sí, un tal vez.

   Y cuando quiere caer la tarde, dispuesta a llevarse consigo el día y los retales de vida en él zurcidos, me encuentro frente a mí con unos labios que no son ningún sueño a más de haberlos soñado mil veces. Y yo entonces hablo o guardo silencio, pero mis palabras y mis silencios se olvidan de todo y vuelven de nuevo hacia mí y me gritan: “Bésalos.....bésalos, no tengas miedo”

   Y entonces me doy cuenta que mis palabras ya suenan distintas, a pesar de que puedan ser las mismas palabras usadas en la mañana o al comienzo de la tarde. Y mientras pienso en esa eternidad tan frágil que apenas dura un instante y que es robar un beso de otros labios, entiendo que a veces nuestras palabras también mueren por alguien...........o mueren por el deseo de un beso que, tal vez, se puede hacer realidad a más de haberlo soñado tanto. Y así el día abandona su monotonía, para vestirse el manto de los días únicos, de los días especiales que se saben y se sienten.

domingo, 24 de marzo de 2013

Caricias de seda....


 
   Afuera llovía y las gotas precipitadas desde el cielo discurrían salvajes por el cristal de la ventana, uniéndose a otras para crear cristalinos ríos que deformaban la realidad exterior hasta llegar al alféizar de la ventana. Una vez allí se volvían pausadas, conformando diminutos charcos en los que perdían la noción del tiempo, para instantes después, y empujadas por torrentes de gotas nuevas, proseguir su viaje hasta morir definitivamente en el suelo. Yo, desde el otro lado de la ventana, y como queriendo romper la barrera que me separaba de ellas, las seguía con el dedo en sus serpenteantes viajes. Había venido hasta el salón auxiliar para aislarme un poco del agobio que estaba produciendo en mí tantos comensales como habían acudido a la boda de mi hermana mayor. Y tan absorto estaba en estos juegos que no me percaté que ya no estaba solo.

  -¿Recuerdas cuando de niños corríamos bajo la lluvia y llegábamos a tu casa totalmente empapados? Tu madre te recriminaba que hubieras permitido que me mojara y tú no encontrabas las palabras adecuadas para defenderte. Yo, entre risas, te daba un beso –escuché a mi espalda.

   Antes de volverme cerré un instante los ojos y recordé las veces que había soñado con aquella voz en los últimos años y ahora...ahora susurraba cerca de mi. Marie se acercó también a la ventana e imitó mis movimientos anteriores, siguiendo con un dedo el curso de una gota de lluvia.

   -Me alegra mucho que hayas vuelto aunque sea sólo por un día. ¿Cuántos años hace ya que te marchaste? ¿Son ya quince años los que llevas casada? –dije casi tartamudeando como cuando era pequeño.

   -Sí, quince años ya. ¡Cómo pasa el tiempo! Y si al menos hubieran merecido la pena....  –había bajado la cabeza y jugaba ahora a entrelazar sus dedos- Tú no me has contestado aún a mi pregunta.

   -Sabes bien que sí me acuerdo. No he olvidado ninguno de los momentos que pasé contigo. Ni he podido olvidarte a ti. Tal vez pienses que estoy loco, pero a menudo hablo solo y digo tu nombre.

   Hacía fresco en la habitación; en la chimenea apenas había unas ascuas. Me acerqué y añadí algo más de leña. El fuego se avivó y rápidamente se escuchó el crepitar de las ramas más secas que comenzaban a ser devoradas por la vorágine de unas llamas multicolor.

   Pese a que no tenía en los ojos el brillo de otras épocas, Marie volvió a parecerme encantadora. El vestido de seda que había elegido para la ocasión parecía una segunda piel en su cuerpo, resaltando su silueta. Esta vez no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de besarla. Era lo único que tendría de ella: sus labios. Me acerqué y dejé que mis manos se fundieran en su cintura. Por un momento me pareció ver en ella la picardía de cuando era niña.

   -Marie, yo...nunca te dije que.... –se había iniciado en mi interior una enorme batalla por acertar a robarle el beso y que, a su vez, no trascendiera el enorme nerviosismo que me invadía.

   -Calla, no digas nada –con uno de sus dedos selló mis labios-. Tenemos la peligrosa costumbre de cambiar el destino cada vez que hablamos. Somos libres y nos encerramos en la cárcel de unas palabras que, a veces, hablan más que nosotros mismos.

   La besé. Había besado a otras mujeres, pero aquellos labios me supieron deliciosos. La vi cerrar los ojos y dejarse hacer. Mis manos torpes desprendieron uno a uno cada botón de su vestido. Despacio, recreándome en un tiempo que sólo podía ser mío, aparté aquella tela de sus hombros y el vestido se deslizó sin oponer resistencia. Sucumbí a cada suspiro, a cada milímetro de su piel también de seda. Mis manos iniciaron en sus pechos un ritual que ya no encontraría fin, tan sólo el del placer fraguado en la imaginación desde años atrás. El fuego, en aquel día lluvioso, reflejaba en la pared cada cadencioso movimiento de dos cuerpos que, hechos ya uno sólo, se amaban con pasión.

   Desperté totalmente sudoroso e inquieto. Acerqué mi mano hasta mi frente. Ardía. La fiebre se había adueñado de mí otro día más y me hacía delirar. Y como siempre, en mis desvaríos la veía a ella; la imaginaba acercándose a mí, hablándome al oído y entregándome ese cuerpo que jamás sería mío. Afuera llovía y las gotas precipitadas desde el cielo discurrían salvajes por el cristal de la ventana, uniéndose a otras para crear cristalinos ríos que deformaban la realidad exterior hasta llegar al alféizar de la ventana y después morir irremediablemente en el suelo.

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Caricias de Seda forma parte de la antología de relatos romáticos "Seda y Fuego" ideada y organizada por @kissabook . Descúbrela aquí. Te sorprenderá!!

martes, 12 de marzo de 2013

De esa primera vez....


   Sabía que este día había de llegar tarde o temprano. Me había preparado a conciencia porque entendía que un cúmulo de sensaciones difíciles de explicar se agolparían en mis ojos y, sin duda, harían temblar mis manos, tal vez hábiles y ya curtidas en la materia a la velocidad misma de los latidos que habrían de recorrer mis venas.

   Todo era propicio......la noche estrellada, el silencio apenas roto por una suave brisa que, en su acompasado vaivén, hacia golpear alguna rama próxima en los cristales de la ventana, la suave música haciéndose dueña de los compases de un tiempo apenas detenido entre pequeños instantes y el vino ya escanciado y esperando que el aire le diera cuerpo y absorbiera su aroma para impregnar después cualquier rincón de la habitación.

   Y ella también estaba allí, frente a mí. Solos los dos. No era la primera vez y tampoco sería la última. Pero no cabía duda que hoy, esta noche, sería irrepetible para ambos. La observé en silencio por unos instantes. Me ofrecía sin pudor su desnudez. Un tacto que ya conocía de mil veces anteriores y que, sin embargo, siempre volvía a ser nuevo para mí. 

   La tomé entre mis manos con la delicadeza de quien quiere ser dueño y servidor a la vez. Mis primeras dudas rápidamente se disiparon y dejé que mis manos se deslizaran por su pálida piel que poco a poco iba siendo mía. Puro goce. Y la sonrisa ya más tranquila que aparecía incansable en mis labios por la satisfacción de un deseo cumplido.

   Y una tras otra fui dejando mis letras y aquella hoja de papel, blanca y desnuda al comienzo, fue vistiéndose de palabras, de frases, de versos y, sobre todo, de sentimientos para hacer de ella, de esa virginal hoja, la mejor carta de amor que jamás en mi vida volvería a escribir

martes, 5 de marzo de 2013

Mis palabras.....


   Algunas mañanas, cuando salgo a correr, me detengo junto a la marquesina del tranvía observando como ese artefacto metálico y rudo camina monótono en su eterno e invariable trayecto de ida y vuelta por un camino, también metálico como él, siempre predecible. Hoy, a diferencia de la mayor parte de los días y pese a las leves gotas de lluvia que caían, no había nadie en la marquesina. Quizá por ello he podido ver un cartel grande y lleno de colores que ya no recuerdo qué anunciaba. En él había fotografiada una mujer, medio recostada y apenas vestida con un trozo de tela blanco que dejaba al aire parte de su pecho y toda su espalda. Pese a los colores vivos con que todo estaba dibujado, el rostro de aquella mujer, apenas reconocible, denotaba un cierto grado de tristeza.

   He seguido mi marcha y aquella imagen seguía grabada en mi mente; no por la mujer, que sin duda era muy hermosa, sino porque me empeñaba en querer buscar una frase que descibiera aquella fotografía y no lo conseguía. Esta vieja costumbre mía de querer reducir todo a letras me estaba jugando una mala pasada. Era como si estuviese perdiendo la agilidad mental de otros tiempos.

   En mi afán por dar esquinazo a un fantasma al que llamamos olvido, y que de un tiempo a esta parte le gusta llevar la voz cantante entre esos entrañables miedos que todos guardamos en un rincón bajo la cama para que, cuando ellos quieran, hagan travesuras en nuestra vida, me he propuesto recordar cómo comencé a escribir y al rato una anécdota me ha hecho sonreír. El fantasma del olvido, seguro que muy enfadado, se ha tenido que volver de nuevo a esconder bajo la cama; al menos, hasta otro momento.

   Hace años, unos cuantos ya, en esos momentos en que todo era nuevo y los ojos se volvían grandes como platos ante cualquier descubrimiento, estando en el colegio tenía que escribir una redacción para clase de lengua y, aunque sabía lo que quería escribir, no encontraba las palabras con las que expresarme. Lleno de miedo se lo dije al maestro. Y aquel hombre, siempre serio, de voz cruda, de barba pelirroja, alto y desgarbado al andar y copia exacta de Fernando Fernán Gómez en su vejez, lejos de comerme como todos pensábamos que hacía cuando te acercabas a su mesa, puso su mano sobre mi hombro y, sin levantarse de su silla, me dijo: “No te preocupes, cuando las palabras estén ordenadas en tu cabeza decidirán salir y la historia se escribirá sola”.

   Yo me olvidé de aquella redacción y pasé toda la tarde jugando con mis amigos. A la mañana siguiente cuando comenzó la clase de lengua yo, sonriente como ningún otro niño, abrí mi cuaderno por la última página esperando que nos pidieran la tarea.

   -¡No está! ¡La redacción no se ha escrito! –dije con un hilo de voz que a penas si pude yo mismo oírme.

   -¿Qué te sucede? ¿A qué vienen esas lágrimas? –me preguntó el profesor.

   Yo no sabía qué contestar. Él me había dicho que la historia se escribiría sola y yo, con apenas seis años me lo había creído. Y era todo mentira. No me había comido cuando me acerqué, pero me había engañado. Se había reído de mí, y eso me dolía. Don Nicolás, como todos le llamábamos, se acercó a mí y entendió todo lo que pasaba. Me llevo a la pizarra y me dijo que escribiera lo que había sucedido y todo lo que sentía; que lo hiciera sin miedo. Le hice caso y, aunque temblando, escribí; escribí mucho.

   -Ves... –me dijo-, esa es tu redacción. Como sabías lo que querías escribir, las palabras han ido apareciendo solas. No lo olvides nunca. Las palabras hay que buscarlas, y escribirlas; pero también hay que dejarlas que nazcan solas. Sólo así habremos dicho algo bueno.

   Hoy, años mas tarde, sigo buscando palabras; quizá con más ahínco que otras veces por miedo a perderlas todas en cualquier momento. Y hoy, años más tarde, esas mismas palabras necesitan también nacer solas. Tal vez así sepa decir algo bueno a las miradas que las lean. Tal vez.....

domingo, 3 de marzo de 2013

A vueltas con mi nombre....


   Un día, mientras estaba en mi cafetería preferida tratando de dar sentido a un montón de letras que tenía a medio camino entre mi cabeza y un papel, se me acercó una  niña pequeña y, sin decir nada, se quedó en pie junto a mí viéndome escribir. Yo le sonreí y seguí ajetreado con mi tarea. A diferencia de otras ocasiones, esa mañana no me estaba resultando demasiado fácil plasmar entre unas líneas todo aquello que quería decir. La historia a escribir la conocía bien, tal vez demasiado bien. Como sucedía con casi todas las demás que había escrito, era un fragmento de mi vida. Sin embargo, lo que la diferenciaba de las demás era que me resultaba difícil sacar su esencia para con ella hacer un relato imaginado. Tal vez me estaba inmiscuyendo en una parcela demasiado íntima de mi vida que rechazaba verse escrita en otro lugar que no fuera el propio corazón y éste se oponía a ello con virulencia.

   Con un disimulo cada vez menor, aquella niña no perdía detalle de todo cuanto yo hacía y de todo cuanto escribía. Había veces en que incluso arqueaba su pequeño y delicado cuerpo para poder leer aquello que mi mano, el café o alguna sombra se lo impedía.

   -Señorita, ¿sabe usted que no está bien curiosear lo que hacen los demás? –le dije sin poder contener una sonrisa.

   -¿Qué escribes? ¿Y por qué tachas tanto?

   -Estoy tratando de escribir un cuento y si tacho es porque me equivoco.

   -Y si escribes un cuento, ¿por qué te molesta que lo esté yo leyendo si luego lo van a leer muchas personas?

   -Tienes toda la razón. -le contesté-. Haremos una cosa: cuando lo termine no se lo enseño a nadie hasta que otra vez te vuelva a ver y seas tú la primera en leerlo. Creo que te lo mereces. ¿Quieres?

   Debo entender que le hizo ilusión porque soltó un sí que seguro lo escuchó toda la ciudad. Al menos sí lo hicieron los demás clientes de la cafetería, pues todos volvieron la cabeza hacia mi mesa.


   -Cariño....no molestes a ese señor –se oyó decir a una mujer que, cuatro o cinco mesas más allá, conversaba entretenida con otras mujeres.


   -No mamá, no le estoy molestando. Le estoy ayudando –contestó la niña sin ni si quiera mirar a su madre.


   -Marta,  no digas tonterías. No está bien molestar a nadie –replicó su madre que ahora sí se había acercado con intención de llevársela- Perdónela, es muy curiosa y le encanta leer. Como le ha visto escribir.....


   -No se preocupe. No me molesta. Puede quedarse aquí si quiere a ayudarme –total estaba tan negado que no creía pudiera terminar de escribir nada.

   -¿Qué es eso que pone tu cuaderno? –me preguntó con voz curiosa.

   -¿Esto? Ahí dice “Icarina”. Es mi pseudónimo.

   -¿Tu qué....?


   -Mi pseudónimo. Es el nombre bajo el que me escondo para escribir.


   -¿Porqué dices que te escondes si yo te estoy viendo? Y entonces, ¿cómo te llamas?

   No pude contener la risa. Aquella era la inocencia que yo echaba de menos en nuestro día a día. La inocencia de los niños que en muchas ocasiones perdemos con mucha rapidez al hacernos adultos.

   -Me llamo Juan. Ese es mi verdadero nombre.Y el otro, como te digo, es mi pseudónimo; pero es un secreto y no te puedo decir de donde viene.

   -Pues el día que acabes de escribir tu cuento y me lo des pones que lo ha escrito Juan, que a mí ese otro nombre me suena muy raro y no se lo podré decir a mis amigos.

   -Te lo prometo, le pondré el nombre que tú quieras.

   -Ahora me tengo que marchar, mi mamá y sus amigas ya se han levantado. ¡Adiós! -dijo marchándose con la misma naturalidad con que se había acercado.

   Le dije adiós con la mano y me quedé mirando hasta que desaparecieron por la puerta. Después volví a mi historia, esa que no quería verse escrita entre los renglones de un papel.


jueves, 28 de febrero de 2013

Los amores imaginarios


   El día parecía raro. Bueno, a decir verdad, desde hacía tiempo casi todos los días lo eran. Sin embargo, aquella mañana me desperté con una extraña sensación de melancolía que parecía haberse hecho dueña de toda mi existencia. Me acerqué a la ventana. Todo, absolutamente todo, seguía igual que los días anteriores: frente a mis ojos se situaba un horizonte formado por el asimétrico renglón de infinitos edificios ocupados a su vez por miles de almas que, como yo, ya estarían preparándose para dar sentido al nuevo día en sus vidas.

   Aquel pensamiento me sobrecogió. ¿Realmente despertamos cada día con la idea natural de construir nuestras vidas o, tal vez, sólo somos simples marionetas que el destino mueve a su antojo? No sabía que responderme a mí mismo. Tampoco tenía la más mínima intención de hacerlo. Sabía por experiencia que los días nostálgicos, al menos para mí, no eran buenos y no estaba dispuesto a pasarme el día amargado. Me vestí y salí a la calle; como aún me quedaba mucho tiempo para entrar a trabajar, pensé que podría desayunar tranquilamente en alguna cafetería de camino a la oficina.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Tal vez....


   A veces me pregunto qué es la vida. ¿Tal vez un instante eterno que, como un libro, lleva escrito cada uno de los momentos en que hemos reído o hemos llorado? ¿O es quizá un frágil cuento imaginario al que nos esforzamos por pintarle colores aún sabiendo que tal vez mañana esos mismos dibujos habrán sido sustituídos por otros nuevos?

   Hace tiempo me habitué a utilizar la coletilla "tal vez.....". Buscaba relativizar el tiempo, la vida, la eternidad.... o quién sabe si a mí mismo. Y es que nunca tuve miedo del mañana. Seguramente porque el mañana ya me había robado tantas cosas que amaba a lo largo del tiempo que me acostumbré a tratarlo de tú a tú, sin sentir la necesidad de rogarle. No le pedía nada porque tenía todo aquello que anhelaba y me era suficiente. 

   Pero tal vez me equivoqué.......en realidad todo ello no era más que una quimera. Me bastó que el futuro volviera amenazante sus ojos a mí para comprender que siempre se necesita un mañana para construír el hoy, para dar sentido a todo cuanto se siente e, incluso, para arrancarle de sus manos eso que él está dispuesto a llevarse sin pedir permiso: los sueños.

   No sé si sabré aguantarle la mirada al mañana cuando al fin estemos frente a frente. Tal vez sí, tal vez no. Quizá ese día alguno de los dos, el mañana o yo, hayamos aprendido la lección de qué es la vida; aunque para entonces ya no habrá cuentos imaginarios por soñar si el mañana, ese maldito mañana, me roba mi.....tal vez.

domingo, 27 de enero de 2013

Paseando entre el ayer...


   Hacía mucho tiempo, años, que no atravesaba el parque y hoy, sin saber porqué, crucé sus puertas y, como si una mano imaginaria hubiera tomado la mía, fui recorriendo una a una las baldosas de aquel camino que en otros tiempos tantas veces transité. ¡Todo estaba tan cambiado y tan igual al mismo tiempo! Recordé las eternas tardes de mi niñez y mi adolescencia dibujadas en aquel recinto. En aquellos momentos todas me parecía iguales; pero ahora, echando la vista atrás, comprendía que cada una de ellas era necesaria para ser hoy quien soy.

   Me estaba poniendo demasiado nostálgico y decidí que aquello no me convenía. Me acerqué hasta uno de los bares que impasibles habían resistido el paso del tiempo y los ataques de una modernidad a la que parecían haber escapado. Me senté en uno de aquellos antiguos veladores blancos y redondos hechos de forja que se anclaban, al igual que el propio parque, en un ambiente casi decimonónico. Pedí una cerveza y tomé el periódico para leerlo.

   Un pequeño golpe producido por un balón a la altura de mis tobillos me hizo separar la vista de las horrorosas noticias económicas que leía. Junto a mí había llegado un muchacho de unos cinco o seis años a buscar su pelota.

    -Perdón –farfulló el muchacho como si hubiera preferido no decir nada.

   Mientras le veía allí agachado queriendo sacar el balón de entre las patas del velador no pude por más que fijarme en las piernas de una mujer que, en ese momento, se había acercado también y que presumí sería su madre.

   -¿Martín? ¿Martín, eres tú? –escuché mientras subía mi mirada por aquellas piernas y aquella figura tan bien torneada.

   El corazón me comenzó a latir con fuerza. Aquel cuerpo no me había parecido desconocido, pero aquella voz.....aquella voz.... Terminé de alzar la vista y allí estaba ella. Tan impresionante como siempre. Me levanté. Nos besamos castamente en las mejillas. La invité a tomar algo y se sentó junto a mí. Hablamos largo rato de los aciertos y los tropiezos que nos regala la vida.

   Mientras hablábamos mi cabeza buscó en el baúl de mi memoria los momentos que en nuestra primera juventud habíamos pasado juntos. Nos habíamos conocido casualmente en este parque y durante unos años fuimos inseparables. Habíamos compartido juegos, sonrisas, enfados, lágrimas y sobre todo mil y una travesuras. Pero sin duda, el mejor recuerdo que me regaló fue el haberme permitido descubrir su cuerpo de mujer en una fría tarde del mes de noviembre. Ambos éramos unos ingenuos muchachos que quisimos jugar a vestirnos de adultos en aquel ya lejano día. El nerviosismo estaba presente en nuestras palabras, en nuestras miradas, en mis manos cuando hice deslizar su vestido, en sus ojos cerrados sintiendo la tela deslizarse por su piel, en los primeros besos, en unas caricias torpes. La excitación de lo nuevo por aprender y el miedo a no saber qué hacer. Unas manos que recorrían un camino mil veces imaginado, pero hasta entonces nunca visto. El brillo de unos ojos ante cada descubrimiento y el placer imposible de disimular acelerando el pulso y la respiración. Luego....luego vinieron las risas; esa risa compartida de tener un secreto común que guardar para siempre. Una inocencia que no se rompió entre aquellas caricias de niños jugando a quebrar las reglas del bien y el mal. Después la vida nos separó y el tiempo nos condenó al olvido.

   Nos despedimos con la promesa en los labios de volver a llamarnos algún día. Me alejé dejándome llevar por la tranquilidad del atardecer. En un momento dado, mientras esperaba que el semáforo cambiara para cruzar al otro lado de la calle pude escuchar la música que salía de un bar cercano. Eran los Beatles y su Love Me Do. Sonreí al ver de nuevo el pasado haciendo de las suyas en el presente. Es bueno recordar, es como robarle al tiempo unos instantes vividos para volver a sentirlos en la piel del alma como ya hiciéramos ayer.