viernes, 28 de diciembre de 2012

La marioneta


   Lo tenía todo planeado desde hacía varios días. Esta iba a ser la mejor tarde de los últimos años; tenía pensado ir al cine y después a cenar en un renombrado restaurante situado junto a la playa. Pero el día se había vuelto gris; unas densas nubes habían oscurecido el cielo, dejando caer una mortecina lluvia que parecía querer enlentecer el tiempo. La apatía se había adueñado de mí y sin saber cómo me encontré vagando por la ciudad sin saber dónde ir ni qué hacer.

   Al cruzar el parque, la lluvia arreció y tuve que resguardarme bajo el oxidado templete, en otros tiempos usado por melancólicos músicos en las tardes de primavera, para evitar quedar calado hasta los huesos. Me quedé inmóvil, mirando fijamente hacia aquellas nubes y los extraños dibujos que parecían formar en el cielo.

-Es bonito ver llorar al cielo, ¿verdad? -decía una voz a mi alrededor.

   Me giré y descubrí detrás de mí a una joven con aspecto algo desaliñado.

-Perdone, señorita, no la he entendido bien –respondí, tratando de cortar cualquier posibilidad de conversación.

-Yo no le he hablado, ha sido ella – dijo, señalando hacía una marioneta cuyos hilos manejaba tan perfectamente que parecía conferirle vida propia.

   No pude evitar que en mis labios se dibujara una sonrisa y opté por sentarme en el suelo junto a aquel muñeco de trapo.

-¿Tú crees de verdad que cuando llueve es que llora el cielo?

-¡Oh, sí! –me contestó- No tengo duda alguna. Me lo ha contado mi padre y él jamás me mentiría. Es un gran payaso que hace reír a los niños y, también, a algunos viejos cascarrabias. Viaja por todo el mundo y todas las noches me dedica una canción. Por cierto, ¿tú también tienes padre?

-¿Cómo no voy a tener padre? -le dije entre carcajadas al tiempo que miraba hacia la chica.

-No sé de qué te ríes. Vosotros los humanos sois tan complicados que muchas veces no consigo entenderos. De cualquier cosa hacéis una montaña que termina siendo tan grande que os ahoga. Nosotros, las marionetas, a lo sumo hacemos travesuras. ¿A ti también te canta canciones tu padre por las noches?

-Sí, creo que sí. Estoy seguro que él también me las canta allá donde quiera que esté, aunque yo ya un pueda escucharle –contesté con cierto halo de melancolía-. Tiene gracia. Un día, cuando era muy niño, mi padre me trajo un regalo; era una marioneta como tú. La había comprado en un viaje que tuvo que hacer a París. Yo quería una pelota y aquel muñeco fue una decepción tan grande para mi, que se lo tiré a la cara. Lejos de regañarme, mi padre la tomó de nuevo entre sus manos y la dejó junto a mi almohada.

-Y, ¿qué hiciste? –aquella muchacha sabía tan bien su oficio que parecía impensable no estar hablando realmente con el muñeco.

-Lo dejé allí, en la almohada. Mi madre lo volvía a colocar cada mañana cuando hacía mi cama y yo terminé por aprender a hablarle. Le contaba todos mis secretos, aquellas cosas que jamás me hubiera atrevido a contarle a nadie.

-Mira, mira.......el cielo ha dejado de llorar. Por fin podré ir a buscar niños y ancianos cascarrabias, porque yo de mayor también quiero ser un gran payaso y hacer feliz a la gente, ¿sabes?

-Seguro que lo vas a conseguir; conmigo, al menos, sí lo has logrado.

   La joven recogió su marioneta y se marchó de allí, no sin que antes esperar a que yo le diera unas monedas. Pocos minutos más tarde ya estaban junto a un banco rodeados de niños; y después en otro banco y luego junto a la fuente.... Aquel jodido muñeco había conseguido devolverme a mi niñez y camino de casa no pude evitar ir saltando de charco en charco, haciendo chapotear bajo mis zapatos el agua que aquel oscuro cielo había querido llorar.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Mi otra soledad...


I


   El tren que debía llevarme a París estaba estacionado en el andén central. Miré por última vez el vestíbulo de aquella vieja estación queriendo encontrar, escondido en cualquiera de sus rincones, algún motivo que me retuviera en esta ciudad. Aquí había pasado los últimos años de mi vida; una vida que, en este lugar, ya no tenía sentido. Respiré profundamente y subí al tren. Coloqué la maleta y busqué mi asiento. Era la primera vez que viajaba en primera clase y me sorprendió el lujo y la comodidad de aquellos vagones. Recliné el sillón y esperé que iniciáramos la marcha. Desde la pequeña ventana veía el trasiego de otros viajeros, algunos de ellos solitarios como yo, que habían convertido su vida en una rutina fácil de explicar, pero imposible de entender.

   Con total puntualidad, abandonamos la ciudad, símbolo del mestizaje de las distintas culturas universales, iniciando una travesía que había de durar el resto de la tarde y toda la noche. Poco a poco, el tren iba ganando velocidad y yo me abandoné en el cambiante paisaje; ante mis ojos, aquellos árboles, aquellas casas y aquellos riachuelos que íbamos dejando atrás, no eran sino el reflejo de mi vida, dibujado por mí en esa ventana. Tomé los auriculares que una señorita, con gesto amable, me ofreció al subir y los conecté en uno de los brazos del sillón. Cerré los ojos y escuché las suaves melodías que había conseguido sintonizar.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Hubo un tiempo...

Hubo un tiempo......en que miraba el cielo desde la ventana de una habitación situada frente al mar. Me gustaba imaginar que el azul del cielo se desteñía en el inquieto reflejo del mar, mientras éste iba y venía intranquilo queriendo mantener su inacabable viaje. A ratos, sin embargo, el mar estaba en calma, callado y ausente, sabiéndose testigo de cuanto sucedía en una tierra que desde mi ventana no conseguía yo ver.

Hubo un tiempo......en que amontonaba papeles escritos en una vieja mesa de madera heredada de un recuerdo melancólico. Cada palabra nacía sola para tatuarse a fuego en el papel con un irrepetible deseo de abrazarse a otras palabras y hacerse ilusión, lejos de allí, en los multicolores ojos que las leyeran. A ratos, sin embargo, las letras se volvían torpes, silenciosas y lejanas, sabiéndose rutina de una vida que desde mi ventana no lograba yo reconocer.

Hubo un tiempo......en que me bastaba cerrar los ojos para construír un sueño en que volar. Y paseaba por los invisibles renglones de un libro no escrito que hablaba de mí en primera persona y en el que cada nuevo párrafo era un camino que entrelazaba con el anterior hasta fundirse en uno nuevo llamado futuro. A ratos, sin embargo, aquel libro se cerraba sólo, tajante y mudo, sabiéndose dueño del sabor incompleto y amargo que de mi garganta no podía yo quitar.

Y es que en realidad.....

Hubo un tiempo......un ramillete de momentos..... que un día florecieron, haciéndose nuevo tiempo para esculpir ante mis ojos un puñado de nuevos instantes......con los que yo podría jugar a engañar al tiempo.

jueves, 25 de octubre de 2012

Entre la pasión y un sueño....


   El tiempo se hace eterno. El golpeo seco del péndulo del reloj, acompasado con maestría por el artesano suizo que le dio vida, marca cada segundo que pasa. Instantes que caminan hacia un destierro del que nunca habrán de volver. Separa el visillo que cubre el balcón y mira a través de los cristales que se empañan al hacer contraste con el frío que reina fuera. Se puede apreciar la calle todo lo amplia que es. Vacía, sin ningún alma que le de vida. Vuelve hacia la mesa y mira el móvil, sigue tan callado como la última vez que lo miró. Se sienta; comienza a rondar por su cabeza el desánimo. “Tal vez no vendrá” piensa entre silencios.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Amelíe

   Nuevamente sentí aquel irrefrenable deseo de salir corriendo que me poseía en las últimas semanas. Totalmente ajeno a cualquier realidad racional, crucé calles y plazas, mientras una mortecina lluvia calaba mis ropas, mis huesos y hasta mi alma.

   Extenuado y confundido, aparecí en el cementerio municipal. Cuando por fin pude recuperarme de la fatiga a que me había conducido aquella interminable huída, levanté los ojos y los fijé en aquella estatua. De nuevo aquel cementerio y de nuevo aquella estatua. Ella y yo, solos, frente a frente.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Una carta de amor


-¿Me invitas a un café? Necesito que hablemos.

Estas fueron las primeras palabras que ella me dijo nada más abrir la puerta. Me quedé mirándola fijamente y no dije nada. En mis labios habían ya asomado los primeros gestos de una sonrisa algo incrédula.

-Por favor......

Tal vez esa súplica de mujer, sabiamente ejecutada, provocó el efecto mismo para el que había sido lanzada. Segundos después, tras tomar las llaves y la cartera, cerré la puerta tras de mí y ambos nos dirigimos hacia una cafetería próxima. El trayecto fue corto, pero lo realizamos casi en silencio. Tan sólo alguna palabra de cortesía. Era evidente que ella estaba nerviosa; se notaba en su voz, en sus gestos y ese nerviosismo quedó patente cuando, tras haber elegido visualmente la última mesa del local, tropezó aparatosamente con la primera silla que encontró a su paso.

domingo, 22 de julio de 2012

Lo abraza y lo besa...


   Se sentó frente al gran ventanal de su estudio. Decenas de cristales de pequeño e irregular tamaño que dividían el paisaje en cuadros imperfectos, rompiendo así la monotonía del silencio que se respiraba a través de los mismos. Llevaba varios días trabajando en su nuevo proyecto y ya casi lo tenía terminado. Sabía que era uno de los más reputados fotógrafos y publicistas del lugar y que todos ansiaban contar con sus servicios para sus proyectos publicitarios. Aquella reputación se le había ganado a pulso. Sólo aceptaba aquellos trabajos que le permitían ser él, aquellos en que de cada fotografía tomada podía dejar un trozo de su alma hasta hacer un verdadero lienzo que se fundiera en las miradas de quienes estaban llamados a contemplarlo.

jueves, 19 de julio de 2012

El corazón de una estrella


   Caía la tarde de aquel día en las postrimerías del pasado otoño. El cielo, de color gris opaco desde la mañana, se deshacía en pequeñas gotas de agua que golpeaban la pared externa de mi despacho, dejando un repiqueteo en el alféizar de la ventana. Sobre mi mesa, algunos trabajos esperaban ser terminados y algunos papeles aguardaban ser también clasificados y colocados en sus respectivas carpetas. Pero yo dejaba pasar el tiempo navegando por la red de redes, pasando de una página a otra. Y entre esas páginas también estaba una red social que no hacía mucho había descubierto.

   Trataba, como todos, de encontrar la manera de dejar en unos pocos caracteres mis pensamientos, mis realidades y alguna que otra frase que creía definía mi forma de ser. Poco a poco, había ido conociendo a otros navegantes con los que interactuaba ágilmente respondiendo a sus palabras, bien originarias o bien que comentaban alguna frase mía. Y ese día, por  sorpresa, una niña comentó una de aquellas frases. “¿Tú crees que de verdad los sueños se pintan con colores?”. Le respondí que sí lo creía. “A mí  me gustan mucho los colores”. En esas frases conocí a @albahapi.

   Aquella niña me cautivó con sus letras inocentes, frescas, ágiles y sobre todo vivas. De vez en cuando cruzábamos alguna frase que daba pie a más palabras. Preguntas, respuestas y comentarios que fueron creciendo con los días y sabían sacarme siempre una sonrisa. Otras veces, sus palabras me sobrecogían cuando pensaba en la realidad de aquella niña y volvían a mi cabeza preguntas de otro tiempo: ¿por qué suceden estas cosas?  Preguntas, tal vez, sin respuesta.

   Había cambiado la cuenta desde la que hablaba con ella, tal vez porque entendí que algunas veces hay letras que son para adultos. Pero seguía siendo yo y mi forma de escribir y me reconoció. Aquél día me hizo reír y mucho.

   Y como el tiempo transcurre inexorable, también llegó un día de junio. Ese día lucía el sol, pero el repiqueteo de unas gotas empaparon muchos ojos. Lágrimas sinceras que hablaban lo que quizá muchos no queríamos o no sabíamos decir. @albahapi se había marchado para ser una estrella en el cielo, llevándose sus letras frescas y alegres y dejándonos el  corazón roto.

   Hoy seguro que se pasea por el cielo con otra estrella, algo más mayor, que yo también tengo allí. Seguro que hablan, ríen, juegan y hasta le enseñará a Alba a crujir hojas secas al pisarlas, cuando por allí llegue también el otoño.

    Gracias @albahapy, creo desde estas letras poder hablar en nombre de muchos al decir que nunca te olvidaremos.

lunes, 25 de junio de 2012

Ella...

La tarde se había vuelto gris. La intensa lluvia caída durante toda la mañana había hecho refrescar el ambiente y se agradecía el calor de aquella sencilla y acogedora alcoba.

Dejé encendida una pequeña lámpara situada en el rincón, manteniendo así una tenue iluminación que dibujaba por doquier enigmáticos contrastes de luces y sombras. Recostado en el sillón, no podía, o quizá mejor no quería, dejar de mirarla y, mientras apuraba una copa de brandy, la observaba dormir mostrando ante mis ojos la hermosura de su cuerpo desnudo.

lunes, 18 de junio de 2012

Cuestión de amores


Había amanecido nublado, como casi todos los días en la última semana. Salté de la cama y esperé al cartero en un ritual que se repetía desde hacía ya mucho tiempo. Parecía como si mi vida hubiera quedado reducida a esperar a aquel desconocido uniformado, acelerándoseme el pulso desde el mismo instante en que torcía la esquina, para volver a mi estado anodino una vez que pasaba de largo, sin detenerse en mi portal. Pero hoy sí lo había hecho y yo, temblorosa, he bajado las escaleras, sin quitarme siquiera el pijama. Acababa de recibir una carta sin remite; pero sabía, sin ninguna duda, que era suya. Hay cosas que una mujer intuye, cosas que una mujer enamorada es capaz de adivinar. La tomé del buzón y decidí guardarla junto a mi pecho hasta encontrar el momento más idóneo para leerla. La tenía tan cerca de mí que a cada instante podía escuchar el latido de mi corazón golpear contra aquel papel, como si fuera la piel curtida de un viejo tambor.

martes, 12 de junio de 2012

El escritor de letras dormidas


   Apartó la sábana y se incorporó de un salto. Se ajustó el batín y rápidamente encendió el viejo quinqué que había dejado sobre la mesita. La tenue luz que proyectaba bailaba sobre la pared dejando una mortecina sombra que iba y venía al ritmo marcado por la llama. Se acercó a la mesa y rebuscó entre el montón de papeles que, desordenados y sucios, esperaban una mejor ocasión para convertirse en esa novela que un día, tiempo atrás, pretendió ser. Tomó uno de los pliegos aún sin escribir y cargó la tinta de su pluma, escurriendo el exceso que pudiera quedar en el plumín. Comenzó a garabatear todo aquello que su imaginación había fabricado durante las horas previas de agitados sueños.

domingo, 3 de junio de 2012

Andanzas de tuiteros


   Vio aparecer a lo lejos el autobús de la línea 69 que hacía rato esperaba. Abandonó el asiento de aquella marquesina vieja y sucia y se aproximó al bordillo, estirando el brazo con intención de llamar la atención del conductor. Tan pronto subió, buscó el único asiento libre y se acomodó en él, al tiempo que guardaba el libro que leía entre esperas. Conectó el móvil y vio que tenía tres mensajes pendientes de leer; luego los vería, seguro que no son importantes pensó.

jueves, 17 de mayo de 2012

El disfraz


   Tal y como es costumbre desde hace casi tres años, esta mañana, último domingo de mes, he recogido al abuelo Martín del geriátrico donde pasa sus días y lo he llevado al viejo caserón junto a la playa. Como siempre que venimos, el abuelo ha pasado el día callado e inmóvil, sentado en una vieja y carcomida mecedora cuyo frágil balanceo parece fielmente acompasado a su respiración. Hay veces que ni yo misma me creo mis explicaciones interiores y dudo que sea realmente cierto que el abuelo disfrute viniendo a este lugar. Este sitio, como cualquier otro, ya no le dice nada. El abuelo está muerto en vida; tan muerto como esa mirada vacía y perdida que le acompaña día a día.

   A mí, sin embargo, cada vez que vengo a esta casa parece que me inyectan una dosis extra de adrenalina. Multitud de recuerdos se agolpan en mi cabeza a tal velocidad que, literalmente, se superponen unos a otros, creando un resumen acelerado de los maravillosos años de niñez que pasé aquí, ajena a la tristeza en que había quedado sumida toda la familia tras la muerte de mi abuela.

-Abuelo, el día está fresquito –le he hablado sin esperar respuesta-. Será mejor que te ponga la mecedora al sol.

   Hoy estamos solos. Los vecinos de las casas cercanas han bajado al pueblo a celebrar las fiestas de primavera. Una gran comida y una mejor siesta darán paso a un peculiar baile de disfraces en torno a una hoguera donde cada uno quemará el disfraz del año anterior.

-Yo nunca he participado en la fiesta del pueblo –le he comentado al abuelo-. ¿Te acuerdas cómo eran los disfraces que usasteis la abuela y tú en el último baile que fuisteis? Quizá estén aún en el desván.

   Sin pensármelo dos veces, he subido al altillo y los he buscado entre los viejos baúles. Nada, sólo he visto sábanas de hilo sabiamente bordadas y algunas camisas en las que el inexorable paso del tiempo ha dejado su huella amarillenta. Antes de bajar, mientras terminaba de limpiar algunas telarañas que colgaban del techo, he visto al fin el traje de la abuela. Era un disfraz de campesina; parecía bonito, aunque estaba sucio, rasgado y con unas manchas parduscas a la altura del pecho. Me lo he puesto por encima, mientras daba unas vueltas con los ojos cerrados como si bailase junto al fuego.

-Quítate eso de inmediato –me ha gritado el abuelo, que ha aparecido súbitamente en el desván.

-Abuelo, ¿qué te pasa? Apenas te conozco –le he contestado acercándome a él-. ¿Cómo has subido hasta aquí?

-Quítate ese condenado vestido, malnacida. Has venido de nuevo a reírte de mí con los ropajes que él te regaló cuando te entregaste a mis espaldas. ¡Quítatelo, Irene, quítatelo! –ha gritado fuera de sí al tiempo que golpeaba mi pecho como si me clavara un puñal.

-Abuelo, no soy la abuela Irene; soy Marta... tu nieta –le he dicho casi paralizada por el miedo-. ¿Qué te está pasando?

   El abuelo no ha contestado y llorando se ha dejado caer al suelo.

-Abuelo,.....tú......los jirones del disfraz,.....las manchas......-mi voz ha sonado débil y entrecortada-. Tú mataste a la abuela..... Tú la mataste, ¿verdad?

   Pero el abuelo no me ha podido contestar; ha vuelto a perder la mirada hacia el horizonte, regresando a su muerte en vida. Los recuerdos de mi niñez han cesado y he comprendido, cuando he cerrado la puerta del viejo caserón, que nunca más podré volver aquí. Este era el secreto que cubrió de sombras y tristezas a mi familia y ahora vivirá junto a mí como un disfraz del que nunca me podré desprender, aunque cerca de mí tenga siempre encendida una hoguera................. la hoguera del dolor.

sábado, 28 de abril de 2012

¡Querida Princesa!

   Mi querida princesa:
   
   Un nuevo día se apaga. Hace frío. Sé que parece temprano, pero quiero acostarme y que estés a mi lado. No hemos hablado en todo el día y te echo de menos. Acércate, dame tus manos. Estás preciosa.
  
   Hoy he vuelto a ver a los chicos, como todos los días. Estaban todos. La música es el nexo que me une a ellos, pero dudo que forme parte ya de mi vida. He pronunciado tu nombre. Me han mirado, han dicho que ya no existes, que ya no estás entre nosotros, que te debo olvidar. Después han callado. No te enfades con ellos, princesa. Yo sé que sí existes, aunque me falte tu sonrisa, tus miradas silenciosas o tus manos persiguiendo mis cosquillas. Aunque ya no vengas al paseo y a sus bancos. Aunque mis nuevas compañeras de viaje se llamen tristeza y melancolía. Pero sí existes, princesa. Yo te veo y te hablo cada noche y tu me cobijas.

   Hace días que no te he hablado del paseo. Ya ha perdido sus flores. Las hojas de los árboles, ya marchitas, yacen en el suelo jugando con el viento hasta que las quiebre algún caminante. ¿Recuerdas cómo te gustaba pisar las hojas secas al caminar? No tardarán en barrer. Es el otoño. Un otoño frío que me hace pensar en el otro otoño. Dicen que es el color gris de la vida. En todo caso ha de ser mejor que este color negro que se ha instalado en nuestras vidas.

   Estoy cansado, princesa. Los días son eternos y cada uno de sus minutos ha enmudecido. No quiero pensar. Hubo palabras que nunca te llegué a decir. Quizá porque no supe, quizá porque nos quedaba una vida para decirlas. Pero ya no importa. Ahora ya las conoces. Me gustaría cerrar los ojos y despertar mañana contigo.  Compartir ese frío sepulcro desde el que cada noche vuelves a mí. Sé que lloraré. Si lo hago, seca mis lágrimas y cuando el sueño me venza, arrópame. Estoy cansado y hace frío. Necesito tu calor; necesito que estés a mi lado.

Hasta mañana, princesa. Hasta siempre.



lunes, 23 de abril de 2012

Amor de trapo (Cuento)

   Hacía ya más de una hora que las luces del escenario se habían apagado y el patio de butacas había quedado vacío. Sin embargo, los aplausos seguían resonando con fuerza en su cabeza. Hacía semanas que contaba con el favor del público, totalmente entregado a ella; pero lo sucedido esta noche podía calificarse de apoteósico. Todo el mundo en pie, aplaudiendo sin cesar y dejando en el aire más de un piropo que por momentos resultaban imperceptibles entre los aplausos. Rosita se miraba en el espejo, contemplando la amplia sonrisa que toda aquella felicidad le propiciaba. No le apetecía hacer otra cosa, tan sólo perder su mirada en aquel espejo blanco y cuadrado, adornado en todo su contorno por la tenue luz de unas bombillas que apenas si alcanzaban a iluminar su rostro.... (Seguir leyendo)

miércoles, 28 de marzo de 2012

Aquella sombra....


   Aquella sombra no parecía la misma de cualquier otro día. Su carácter alegre y juvenil, se había evaporado de golpe, como por arte de magia. Era evidente que estaba nerviosa. Se había levantado de la cama al menos tres veces en el último minuto, se había asomado a la ventana y, sin decir palabra, había vuelto a acostarse. Se arropaba y se destapaba continuamente con una sábana de hilo delicadamente bordada por su madre como parte del ajuar de la dote. Algo sucedía a su alrededor que ella no era capaz  de  entender. 

   Se levantó de nuevo, peinó los bordes de su azulada silueta y, echándose un echarpe por encima de los hombros, salió al jardín. Se sentó en un viejo banco de madera que confrontaba a la fachada de la casa y comenzó a observarlo todo con sumo detenimiento. Miraba a un lado, luego al frente, después al otro. Presentía que faltaba algo; pero, ¿qué?

miércoles, 21 de marzo de 2012

Amor de otoño


   Había dejado olvidado mi cuaderno de notas en el coche cuando vino a mi cabeza una idea que al principio me había parecido magnífica para escribir un cuento. Trataría sobre el desamor que sentían dos ancianos,  abandonados a su suerte por sus hijos, y que todos los días cruzaban el mismo paso de peatones a la misma hora. Hacía tiempo que se habían fijado el uno en el otro, pero nunca se habían dirigido la palabra. Una mañana Estanislao, que así se llamaba el anciano, se vistió con un bonito traje que guardaba para las ocasiones más solemnes y se dirigió hacia el cruce, decidido a entablar conversación con la misteriosa dama.

   Llegó al lugar algo temprano, por lo que decidió sentarse en un banco y esperar. No habían pasado ni cinco minutos cuando la vio aparecer acercándose por la acera. Se levantó en medio de mil achaques, se ajustó la corbata y los botones de la americana de pana verde y se dirigió al final de la acera acompasando su caminar para coincidir con ella en el preciso momento del cruce.

viernes, 16 de marzo de 2012

Ninot (Microrelato Homenaje a las Fallas)


¡Qué guapa está! Creo que la han llamado fallera infantil. Cuando se ha acercado a mí, le he susurrado mi nombre. Soy Ninot, le he dicho. Ella ha encendido algo y de allí han brotado multitud de colores chispeantes. Siento una llamarada a los pies que me consume. Su preciosa sonrisa, se ha tornado en lágrimas vivas. Sé que si pudiera, apagaría con ellas estas llamas y me llevaría a su lado. Entre fuego y aplausos he dejado de ser un simple payaso de papel, para ser siempre un recuerdo en su corazón. ¡Qué guapa está!

lunes, 27 de febrero de 2012

Despedida

Toda despedida es emotiva en cuanto deja atrás algo de nosotros mismos. (icarina)

***


   Hoy he vuelto a la playa, a nuestra vieja playa. He disfrutado, como hacía años que no sucedía, sentándome junto a la orilla y dejando que el mar bañase mis pies descalzos. A lo lejos, he visto el malecón y he recordado los cálidos atardeceres en que tú me traías con el pretexto de ver el mar y aprovechabas mi inocencia para robarme un beso. ¡Qué iluso eras! ¿De verdad creías que yo no me moría por tus besos?

   Y como entonces, hoy también he hecho diminutos barcos de papel que luego he posado sobre las tranquilas aguas de este inmenso mar, jugando a descubrir qué dirección tomarían cada uno de ellos. Sin embargo, apenas se movían. Esa quietud me ha dado miedo; un miedo que jamás he sentido.

   He decidido dejar la playa y buscar otros sitios mejores. En Moscú está nevando ahora mismo, ¿a que no lo sabías? La gente circula por las calles escondida entre gruesos abrigos y raídos gorros de lana tratando de luchar contra el frío que hiela sus huesos y también sus vidas. En Venecia, sin embargo, hace sol. Cuando vengo por aquí, a veces, me encuentro a un chico joven que me mira y sonríe. Yo suelo ponerme bastante colorada cuando nos cruzamos. Nunca me ha hablado, pero si algún día lo hace le diré que estoy casada con mi gran amor.

   Me gusta contarte todas estas cosas y que tú me digas qué tal lo has pasado en el trabajo, cómo van las obras del parque que están construyendo junto a nuestra casa o qué tal le ha salido hoy la comida a doña Luisa; nunca fue una gran cocinera, pero sé que la mujer se esmera en prepararte buenos platos.

   Se acaba el día y debo volver a esta triste habitación blanca y a este silencio marchito y agobiante que nos rodea. Hoy no te has movido de mi lado; ni siquiera has soltado mi frágil mano engalanada de agujas y tubos. Aunque no te he oído, sé que has llorado y que no has sido capaz de escuchar todo cuanto hoy he querido contarte desde este cuerpo inmóvil. A ratos, te he visto mirar de reojo a esa máquina que está junto a la cabecera de mi cama; yo también la miro desde mis ojos cerrados y sé que tendrás que apagarla. Entonces, cuando llegue nuestra despedida, quisiera que, como hicieras allá en el malecón, aprovecharas mi inocencia para robarme un beso y dejes así en mis labios para siempre el sabor de los tuyos.

Icarina

miércoles, 1 de febrero de 2012

El tren de mi niñez


De pie, junto al andén central, cierro los ojos y aprieto los dedos dentro de mis puños también cerrados. Tomo aire hasta llenar mis pulmones y lo dejo escapar lentamente. Transcurre un segundo, dos, tres... Ya no veo a nadie, ni escucho nada; tan sólo siento, uno tras otro, los latidos de mi corazón. Y el tiempo sigue pasando muy lento; un minuto, dos, tres,...

Hace apenas unas horas que he salido de la cárcel, un hinóspito lugar donde he pasado los últimos quince años de mi vida y, en definitiva, mi juventud. Lo primero que he hecho ha sido regresar a este lugar que me vio nacer. Antes, aquí había calles y casas, casi todas antiguas como la mía, y viejas fábricas que poco a poco iban quedando abandonadas a su suerte y que nos servían a los niños del lugar para imaginar que éramos ladrones o policías o, por qué no, hombres de grandes negocios.  Y caminábamos conformando una imperfecta fila por las relucientes vías de la estación del Norte, sorteando los trenes con su cansino balanceo. Y saltábamos los andenes escondiéndonos en unas fábricas que considerábamos nuestras, esquivando las tejas que se desprendían del tejado o los cristales rotos de las ventanas que caían al suelo por efecto del aire.

jueves, 26 de enero de 2012

Aquel primer amor

El tiempo apenas nos había permitido amarnos; había transcurrido tan rápido que casi ni tuvimos ocasión de descubrir qué se escondía detrás de cada beso, detrás de cada caricia. A ello se unió también nuestra torpeza; era la primera vez para los dos. Nadie nos había explicado nunca como se vivía el primer amor. Y por ello pensábamos que el universo se había detenido tras nosotros, que ya nada era importante. Recordábamos con una sonrisa los encariñamientos con que nos habíamos distraído años atrás; amores idílicos que no pasaron jamás de nuestra imaginación. Pero éste había sido un amor de ida y vuelta, un amor correspondido que no entendía de problemas, luchas o inseguridades.

lunes, 23 de enero de 2012

El viejo diván


     He llegado frente a la puerta sudoroso y fatigado. A duras penas, la he podido abrir, atascada tras tantos años de quietud forzada por la ausencia, sin lograr discernir si aquellos golpes secos y acompasados los producía la oxidada cerradura o mis propios latidos. Todo estaba en su sitio, cubierto por una blanquecina capa de polvo: la mesa, las sillas torneadas de la abuela, el aparador y allá, junto a la ventana, el vetusto diván, tapizado de terciopelo ocre, donde pasé las tardes de mi perdida adolescencia esperando que vinieras a la confitería de enfrente.

Pensamiento

Algunos renglones de nuestra vida quedarán dormidos para siempre en el rincón de las promesas olvidadas.

El café de media tarde


Imagínate una mesa junto a un gran ventanal, a través del cual se puede ver una gran plaza con personas que van y vienen, con niños que corren y juegan, con palomas que se posan en los escaparates de los comercios que ya han dado las luces pues cae la tarde,… Y sobre esa mesa,  dos cafés humeantes, de esos que te sirven con una chocolatina al lado. ¿Quieres imaginar conmigo? Pues estás invitad@.